martes, 27 de agosto de 2013

¿De qué depende la inteligencia?

¿Es la inteligencia una herencia genética?

En parte sí, pero no totalmente. Las últimas investigaciones realizadas ponen de manifiesto el peso de la dotación genética pero revelan que el ambiente cultural, y muy especialmente la familia, mediante estímulos como el lenguaje, el trato afectivo, etc. influyen en el desarrollo del coeficiente intelectual. 




Se ha comprobado que el lenguaje de tipo explicativo, interrogativo, estimula el cerebro más que un lenguaje simplemente descriptivo. Por otra parte, en EEUU se ha llevado a cabo una experiencia con hijos de madres que trabajan fuera de casa y se ha llegado a la conclusión de que los niños que han tenido quien les atienda han alcanzado niveles más elevados de coeficiente intelectual que aquellos niños educados en guarderías. Es decir, alguien no llega a ser catedrático sólo porque su padre lo sea; a la herencia genética se añade el propio trabajo y el ambiente cultural y familiar que facilita ese esfuerzo intelectual para la propia formación.

¿La persona es, entonces, un sujeto pasivo, a la espera, en el mejoramiento de sus capacidades intelectuales, de su personalidad?

Desde luego que no. Además del peso de la herencia y del entorno familiar y cultural, la persona tiene en su mano la capacidad de mejorar su personalidad. Desde un punto de vista puramente antropológico, el hombre es un ser que se mueve y por tanto que actúa. Las consecuencias de sus actos son externas, pero también hacia dentro, porque dejan en él un residuo inevitable. No solamente proporcionan un reconocimiento externo. También capacitan para realizar otros actos y mejorarlos. 




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